domingo, 29 de noviembre de 2015

Anatola

El tren iba lento, como sensible al paisaje. Una curva, otra curva, y otra curva. El camino era tan sinuoso cómo es posible en las sierras. El galopar del tren no dejaba que ella descansara, y como sucede muchas veces cuando se tiene mucho en que pensar, se quedó mirando absorta al paisaje que le adelantaba como sería su vida a partir de ese momento, sinuosa como la ruta. Apoyó su cabeza en la ventana, observando cómo lentamente el sol se escondía entre las verdes colinas y se acercaba al horizonte.
Al llegar el tren a la estación en un pequeño pueblo, solo un par de personas se levantaron de su asiento. Entre ellos estaba la joven, que se fue de la estación sin más equipaje que una pequeña mochila y una campera que llevaba puesta, ocultándose con su capucha. Vestía toda de negro, y caminaba por el pueblo a paso apresurado, con las manos en los bolsillos y la mirada hacia abajo, aunque cada tanto vigilaba sus espaldas. Así atravesó el pueblo sin que nadie se percatara de su presencia. Se encontró con una ruta y se alejó lo suficiente de la población hasta poder encontrar un lugar para pasar la noche. Se instaló bajo unos árboles al pie de una colina, a unos cuantos metros de la ruta, donde no se la podía ver. Abrió una lata de arvejas y se puso a comer, escondida en los árboles. Ella sabía muy bien que pronto necesitaría un refugio, o más comida. Lo poco que tenía ya no le alcanzaba y sabía que tarde o temprano iba a necesitar que alguien la reciba en su casa, al menos unas semanas. No podía seguir viviendo tan descubierta y desprotegida. Podría ir al pueblo por comida y buscar un motel en alguna ciudad cercana. Pero no ahora, había estado mucho tiempo viajando y ya estaba agotada, debía descansar aunque sea una noche.
Pequeñas gotas caían de las copas de los árboles, se sentía una leve brisa y la lluvia sonaba en el fondo del paisaje. Ella que se despertaba sobre el suelo húmedo y rocoso notó que la lluvia era bastante intensa. Sabía que no podía seguir bajo los árboles si iniciaba una tormenta eléctrica y necesitaría un refugio con cierta urgencia. Se levantó, agarró su mochila y empezó a caminar hacia la ruta, dejando que el agua la empape y le quite su calor corporal. No quería ir al pueblo, no quería seguir en contacto con mucha gente. Temía que así fuese más fácil encontrarla. Siguió el curso de la ruta hacia el pueblo, tan mojada que sus ropas dejaban rastros de agua por dónde ella caminaba, con tanto frío que se le hacía difícil seguir caminando. Entonces un auto que pasaba por la ruta se detuvo unos metros más adelante, y un hombre joven se bajó. El primer instinto de la muchacha fue correr, sin embargo no lo hizo.
-¿Necesita ayuda?- gritó el muchacho del auto. Ella solo se quedó observándolo unos instantes. Entre, yo la llevo hasta el pueblo.-
Hacía ya varios meses que la joven había dejado de interactuar con otra gente más que para comprar comida y boletos de tren y avión. Pero ya no le quedaba mucho dinero ni tampoco suficiente comida como para apañárselas sola por mucho tiempo más. ¿Estoy siendo completamente descuidada? Pensaba mientras calentaba sus manos en la calefacción del auto.
-Gracias- dijo con acento. El hombre que la llevaba era alto y algo delgado. Los ojos eran cafés y su pelo enrulado era algo peculiar, parecía crecer en cualquier dirección.
-No hay de qué. Así que no deseo ser entrometido pero, ¿qué hacía en el camino con esta lluvia?
-Buscaba un lugar.- dijo, prestando mucha atención hacia el camino.
-Entiendo. Vale, puedes alojarte en mi casa unos días si tú te sientes cómoda con eso. Generalmente atiendo a muchos viajeros como tú que tienen intenciones de escapar de la ciudad.- Ella lo miró con un gesto vacío, el la observó un segundo y miró nuevamente hacia la ruta. Tú no eres de aquí ¿verdad?
-No.
-Lo supuse, tienes un acento un tanto extraño. ¿Eres nórdica o algo así?- Ella asintió. Al ver la poca interacción que tenía la muchacha, el joven se sintió incómodo. Genial, debe ser lindo por allí. ¿Y su nombre?
-Anatola. Y es polaco.
-Ah claro, eres polaca - Hubo una pausa. Bueno Anatola, eres bienvenida en mi humilde hogar. Estamos por llegar al pueblo, y puedo servirle con algo de ropa seca. Por cierto, mi nombre es Benjamín. 
El pueblo era bastante más grande de lo que imaginaba Anatola, pero era muy pintoresco y no tenía mucha gente visible. Mientras Benjamín conducía por las calles, Anatola miraba por la ventana. Había muchas lindas casas con un estilo neo-gótico y una catedral de dimensiones pequeñas enfrente a una fuente de aguas danzantes. El joven se detuvo frente a una casa que parecía ser muy pequeña en comparación a las que se encontraban alrededor, pero conservaba el estilo pintoresco de todo el lugar.
-Este es mi hogar.- dijo Venga, entra.
- Te lo agradezco, pero me sentiría más cómoda en un hotel. Dijo Anatola frotándose los brazos. Benjamín puso cara de duda.
- ¿En Olías a Rey? Dudo que encuentres alguno. Los hay, pero en temporada baja esto es un desierto. Al ver que Anatola dudaba, dejó de insistir. No quiero obligarle a quedarse ni ser insistente, mi oferta está abierta. Entonces abrió la puerta del auto y se bajó.
Anatola dejó su pequeña y mojada mochila en una mesita que había en la entrada. La casa estaba pobremente iluminada y olía a madera vieja. Observó la decoración del lugar y lo categorizó como "tipico de un joven soltero". Benjamín vio la mochila sobre la mesada con cierto asombro. -¿No es un poco pequeña para andar viajando?- preguntó. Ella continuó observando el lugar. Al ver que ella no contestaba, nuevamente se sintió ignorado y automáticamente cambió de tema. Vale, iré a por algo de ropa seca. -dijo y se metió en una de las habitaciones. Anatola se quedó mirando a través de la ventana, pensando en todo aquello que la atormentaba y la tenía huyendo. Un par de lágrimas se escaparon de sus ojos claros. Se las quitó con rapidez. Llorar no era algo que pudiera permitirse.
-Espero no te ofendas, sólo tengo ropa de hombre - dijo Benjamín saliendo de la habitación en la que estaba. Al percatarse de los ojos de la muchacha frenó sorprendido. Oh, lo siento - dudó unos instantes. Aparentemente no era muy bueno en situaciones de llanto femenino. ¿Necesitas algo?
-No, está bien. Te lo agradezco. dijo con una sonrisa.
- Bueno. Prepararé una sopa caliente para cenar. Concluyó y se dirigió a la cocina. Anatola se metió en el baño con las ropas que le había dejado Benjamín en el sofá. Se miró en el espejo. Hacía mucho que su reflejo lo veía solo en ventanas y vidrieras en diferentes calles de pueblos y ciudades. Ahora, el espejo le devolvía un rostro cansado y unos cuantos años mayor a lo que ella recordaba. Su pelo morocho se encontraba completamente arremolinado y húmedo. Sus ojos claros habían oscurecido desde la última vez que los vio de frente. Apartó su mirada del espejo y se concentró en cambiarse la ropa. Se quitó su abrigo y su empapada remera. Al hacerlo notó lo delgada que estaba, parecía desnutrida y sus brazos se veían muy débiles. Sin pensarlo mucho se puso la remera naranja que le había separado Benjamín. Era lógico que a él ya no le entraba, pero aun así, a Anatola le quedaba bastante grande. Decidió quitarse el calzado y cambiarse las medias. Ya lista, salió del baño y fue al encuentro del joven que la había recibido, con un rostro mucho más cálido y sereno.  Decidió que Benjamín merecía un poco de amabilidad de su parte.
Mas tarde se encontraban cenando y manteniendo una conversación amena y fluída. Benjamín tenía una sonrisa en el rostro ante el logro de poder charlar con esta joven, sin sentirse ignorado. Anatola estaba teniendo algunos problemas para pronunciar correctamente el idioma.
-¿Dónde has aprendido a hablar español? Lo llevas muy bien. preguntó Benjamín luego de que ella le contara un poco de  su origen.
-Estaba un par de meses en Latinoamérica, con una familia que me recibió.-  Trató de explicar ella. Ahí aprendí un poco el idioma. Y este último tiempo aquí en España también ayudó.
-Realmente eres viajera
-Se podría decir. Llevo unos años dando vueltas por el mundo.
-¿Años? Vaya pero eres muy joven. dijo sorprendido.
-Si desde los diecisiete años. Ahora tengo veintiún.
-Sorprendente. dijo Benjamín. - ¿Qué motivo te llevó a abandonar Polonia tan joven? Es hermoso viajar pero me sorprende.
-No solo estoy viajando.- Contestó Anatola. Su rostro ya no estaba tan sonriente. Benjamín notó que había mencionado un tema sensible, lo que incentivaba su curiosidad. Quería saber más de ella, pero sobretodo, quería ayudarla. Parecía ser alguien que estaba con muchos problemas. Entonces la joven comenzó su relato. Cuándo tenía dieciséis años, mi familia necesitaba ayuda. Mi papa tenía muchas deudas y mama estaba esperando un nuevo niño. Trabajé para un hombre, su nombre era Dobromil. Yo limpiaba su casa en las tardes mientras él trabajaba en un diario. A papa no le gustaban las ideas de su diario y no quería que yo trabajara con él. Pero el hombre me trataba muy bien, me gustaba ir a su casa en las tardes, la mayoría del tiempo estaba sola, pero cuando lo veía no me sentía una adolescente ni su empleada. Era algo extraño.  Hasta que un día Dobromil llegó temprano y enojado. Me agarró y me obligó a acostarme con él- Hubo una pausa. Los ojos de Benjamín se abrieron del asombro. Ella suspiró muy lentamente.- Y así fueron todos los días Llegaba, y me obligaba.
Un día quedé embarazada y le conté a mama. Ella me dijo que me cuidaría, pero el problema era mi padre. Era un hombre muy conservador y no aceptaría que su única hija tenga una niña con diecisiete años. El día que nació Nina me la quitó y no pude verla a los ojos ni una sola vez. Nunca supe dónde se la llevó. Los ojos de Anatola estaban llenos de lágrimas. Su voz estaba quebrada y era aún más difícil comprenderla. Benjamín se sentía mal por ella pero no quería interrumpirla.
-Papa quiso vengarse- dijo entre sollozos. Luego de llevarse a Nina, trató de publicar la historia de lo que él había hecho, pero no pudo. Dobromil se enteró. Y por eso estoy huyendo. Anatola rompió finalmente en llanto. Benjamín la observaba sin poder comprender. Quiso contenerla pero no sabía cómo. Jamás había estado frente a una joven que haya atravesado tanto en su vida. Ella no notó el gestó de Benjamín y, ahogada en lágrimas, terminó su historia. Dobromil quiere entregar mi cuerpo muerto a mi papa.- Al oír esto, Benjamín se levantó de su asiento, se arrodilló a su lado y puso su mano en su hombro.
-Vale. Venga, deja de pensar ya en todo eso. Yo puedo echarte un hombro si así lo quieres. Puedes sentirte tranquila aquí. Trató de animarla Benjamín.
-Te agradezco que me recibas aquí. Dijo ella secándose las lágrimas. No suelo confiar mucho en la gente.
-No me lo agradezcas. Ahora, venga. ¿Quieres un café?
En ese momento sonó el timbre de la casa. Benjamín se incorporó y se dirigió hacia la puerta. La lluvia se escuchaba fuerte afuera, por lo que le sorprendió que alguien estuviese ahí. Al abrir la puerta vio a un hombre alto, rubio, con barba y todo mojado por la lluvia. Estaba parado muy erguido y con gesto serio.

-Hola. Mi nombre es Dobromil. Estoy buscando a una joven llamada Anatola.- dijo el hombre rubio de la puerta y sonrió

0 comentarios :

Publicar un comentario