miércoles, 24 de julio de 2013

La Marcelina

Marcelina apoyó la botella de cerveza en el piso, volcando un poco en la alfombra. Se incorporó torpemente en la cama y observó las paredes del motel. Eran feas, sucias, desquebrajadas y verdes las paredes del lugar, las cuales ella observaba con detenimiento y gran dificultad. Se levantó y trató de concentrar sus ojos. Observó la diminuta habitación, típica de un motel barato al costado de una ruta, y encontró en el otro costado de la cama, junto con colillas de cigarrillos, botellas de cerveza y papeles, a un hombre calvo, gordo, probablemente casado y con mucha plata. Lo miró tratando de recordar que tanto habían hecho la noche anterior, no porque genuinamente le importara, sino más bien por curiosidad morbosa.  
Fue al baño y se miró al espejo, que le devolvía una imagen deprimente de una joven de unos 20 años, con los ojos rojos y labios paspados. Acomodó su cabello negro sin ganas, desempolvó su nariz, y quitó su delineador corrido con los blancos y temblorosos dedos de sus manos. Siguió observándose fijamente, con los músculos tensos y la respiración pesada. Repentinamente, su rostro se transformó, para terminar emanando un grito desde las profundidades de sus pulmones y golpeando el espejo con una fuerza suficiente como para que éste colapsara en sus manos. Luego de frenar la hemorragia, Marcelina abandonó la habitación, abandonando también al hombre que seguía tirado en la cama. 
Se sentó en la puerta del lugar y prendió un cigarrillo. Con cada pitada que daba, inhalaba recuerdos y exhalaba rendición, y el humo no era más que una dosis alta de cruda realidad. Cerraba los ojos y ya estaba nuevamente con quien le había prometido su libertad, su amor incondicional y un futuro fuera de ese pueblo del infierno. Abría los ojos y el viento arrastraba basura mientras ella lo observaba sentada en el piso de un motel, descubriendo una vez más, que los sueños son la peor mentira de la historia. 
Un auto negro estacionó cerca de dónde estaba ella y un hombre bajó de el. Marcelina lo reconoció. Era aquel hombre denso, que quería meterle las mismas mentiras que su amado le había metido en su momento. A Marcelina le causaba repulsión el asunto. Le molestaba que ese hombre no entendiera que para acostarse con esta mujer, no era necesario tanto bla bla. 
"¿Qué querés?" Le dijo Marcelina sin dirigirle la mirada.
"Quiero que vengas conmigo."
"¿Que? ¿Finalmente te decidiste a acostarte conmigo? ¿O querés empezar a hablarme de porqué mi vida es una mierda?" Inquirió ella mirándolo fijamente y llevándose el cigarrillo a la boca. Él no respondió. Ella soltó una risa y continuó mirando el cielo. Hubo una pausa.
"Marcelina, quiero que vengas conmigo."
"Vas a tener sexo conmigo. ¿Si, o no?"
"Si de esa forma puedo estar con vos, entonces sí."
Se subieron al auto. Marcelina llevaba un par de latas de cerveza, paquetes de cigarrios con bolsitas con cocaína en su cartera, y una petaca de tequila escondida en su corpiño. Comenzó a tomar y a aspirar desde el momento en el que subió al auto, esperando que el hombre se espantara de sus hábitos. Le sorprendió que no dijera nada y que no haya querido protegerla. Tal vez finalmente había entendido quien era ella. Al rato Marcelina calló en un sueño, consumida por las drogas y el alcohol. Despertó unas cuantas horas después, viendo que ya era de día. El auto estaba estacionado, y el hombre no estaba en el interior del auto. Descubrió que ella estaba usando un tapado de hombre como manta. Salió del auto y se colocó el tapado, hacía frío. Trató de descubrir dónde estaba, la ruta estaba a un costado, y había una estación de servicio a unos pasos de ahí. 
"Buen día" dijo la voz del hombre que la había traído hasta ahí.
"¿Dónde estoy?"
"Estamos de camino a la frontera. En unas horas más llegamos a la ciudad."
"¿¡Vos estás loco!?" Gritó Marcelina.
"¡Llevame a mi casa! ¿Quien te dio derecho a sacarme de mi pueblo?!"
"Vos misma lo decís siempre, estás atrapada ahí. Yo te dije que te iba a sacar de ese lugar. Juntos nos ibamos a ir."
"Y yo te dije que no me interesa. Esta es la que soy ahora, esto es lo que me merezco ser por creer en un hombre. me trajiste acá engañada, porque no podes aceptar que no quiero ser lo que toda mujer desea, ser amada. No me interesa el amor, en el amor solo existe el sexo, lo demás es mentira."
"Marcelina, te estoy dando la posibilidad de que seas quien quieras ser. Ahí en ese pueblo ya no podes elegir ser otra. Acá sos libre, y podes ser libre conmigo si querés serlo."
"No te metas más" dijo ella y se agarró la cara. "Llevame de vuelta."
El la observó con tristeza. 
"¿Sabes que? ¿Querés volver? Volvé. La ruta es esa. El día que quieras volver a escapar no vas a poder."Marcelina lo miró con asco. 
"Ojalá te pudras en el infierno" le dijo con una mirado tan fría que congelaba. Se dio media vuelta y se fue.