jueves, 13 de septiembre de 2012

Lourdes

Las sombras de la cueva llenaban de silencio a los pensamientos de esa mujer. Sólo permitían que en su mente aparecieran voces sin rostro que se remitían a recuerdos dolorosos de su partida. No recordaba ya nada, las pantorrillas le dolían de tanto huir, pero sabía que ya no podía volver. Solo recordaba abstractamente las palabras de su madre "¡Corré, salí, no vuelvas! ¡Corré Lourdes!" y la sensación de desesperanza que eso le dejó. Pero no existía ya nada que la atara al pasado, ya no. Nuevas complicaciones se le avecinaban ¿que hacer ahora? ¿dónde ir? ¿era seguro quedarse ahí?
Dentro de la cueva encontró una planta con una flor muy bella y llamativa. Era completamente inodora. La recogió y sintió como al tacto se volvía como una especie de anestesia. La frotó sobre sus pantorrillas y notó cómo su dolor se calmaba, hasta desaparecer. Pero con el tiempo comenzó a perder toda sensación de existencia de su cuerpo, tanto en sus pantorrillas como en sus manos, los lugares donde había frotado esa flor. Creyó que frotándola sobre su frente, se callarían todas esas voces. Entonces lo hizo, y al hacerlo cerró sus ojos, hasta sumirse en un sueño profundo.