Me despierto agitado. Son las 4
de la mañana. No hay más que puro silencio en toda la casa, sin contar mis
respiraciones, sin contar el palpitar acelerado de mi corazón. Como todas las noches me dirijo rápidamente
hacia el mueble que está al costado del baño. Tembloroso e intranquilo reviso
entre las cajas, con movimientos desesperados; se caen los perfumes, y un par
de cosas más, y en mi intento por levantarlos golpeo mi espalda contra la
puerta del mueble y me desplomo en el piso, asustado. Entro en pánico, me
agarro la cara. Intento respirar. Intento mantenerme tranquilo. Me incorporo, y
vuelvo a revisar las cajas, aún tembloroso, pero ésta vez de manera más
pausada. Finalmente encuentro lo que
estoy buscando. Saco un nuevo comprimido de clonazepam,
el segundo de la noche. Yo le dije
es todo lo que pasa por mi cabeza. Yo
le dije. Quince años de tratamiento, y yo desde el principio sabía que no iba a
funcionar.
Al momento de
intentar conciliar nuevamente el sueño, me
acomodo torpemente en la cama de mi solitario departamento en el barrio de
Boedo. Me mantengo rígido y alerta ante
un nuevo ataque de la criatura. Con el correr de los minutos, el cansancio
comienza a ganar terreno en mi cuerpo, mis ojos se cierran, mis sentidos ya no
están tan alertas y ya no puedo mantener esa rigidez. Es entonces cuando el
monstruo que vive debajo de mi cama comienza a apoderarse de mi cuerpo y mi
alma. Este monstruo es invisible, pero
yo puedo percibirlo. Puedo percibir como sus garras me empujan hacia abajo, me
aplastan en mi colchón, me inmovilizan y no me dejan respirar. Puedo percibir
como me acercan hacia el fondo de mi cama, hacia sus filosos dientes, y siento
como desde abajo me inunda con su aliento, con puras intenciones de devorarme.
De
un sacudón logro incorporarme nuevamente, y el monstruo, o la sensación de su
presencia, desaparece. Inundado por el terror, la desesperanza y la
impaciencia, mi sentido crítico se ve afectado nuevamente, y caigo en un ataque
de furia. Arrojo mis rodillas hacia el suelo, haciendo que retumben en un golpe
seco que recorre todos los huesos de mi anciano cuerpo. Mis manos alcanzan la
cueva de aquella criatura que me devora todas las noches, quitando todo objeto
que allí se encuentra, inundando la habitación de polvo. Caja por caja, bolsa
por bolsa, mi adrenalina aumenta, se incendian lugares escondidos dentro de mi
cuerpo que no puedo identificar como parte de él, se retuercen mis entrañas, y la
sangre espesa recorre mis venas cual serpiente atacando a su presa.
Entonces
lo oigo. Un leve tintineo, fugaz, pero desconcertante. Observo debajo de la
cama y extiendo mi mano hasta alcanzar una pequeña pieza metálica. La tomo
entre mis dedos y la observo fijamente. Es una pieza muy bella, de unos tres
centímetros, con una flor roja en el centro, las palabras “The loyal regiment” grabadas debajo y una diminuta corona dorada.
Yo sé exactamente cómo fue que esa bella insignia llegó ahí. Finalmente
comprendo todo. El monstruo que me torturó por incontables noches durante
muchísimos años de mi vida, fue la culpa de haber matado a un soldado inglés en
la guerra de Malvinas.
Una de las mejores, sin duda. Me alegra que hayas vuelto a escribir.
ResponderEliminarPuede que esta nota te guste:
http://elclubdeloslibrosperdidos.blogspot.com.ar/2013/04/ninos-ingleses-port-howard-east.html?spref=fb
Besos
Tenías razón, me gustó mucho! :D
Eliminar