Eran las 4
de la mañana. Yo estaba en mi auto, manejando en la autopista Buenos Aires-La
Plata. La vía estaba muy vacía, excepto por un Volkswagen Bora negro que estaba
detrás de mí, a cierta distancia. Éste
auto venía más rápido que yo y estaba por pasarme por la derecha. Cuando me
pasó, entramos en zona de radar y el Bora bajó la velocidad. Estábamos muy pegados.
El foco derecho de freno estaba desconectado. Se veía un movimiento extraño del
otro lado del vidrio. De un segundo al otro, el vidrio se rompió, y una mano
salió de ahí, ensangrentada. Había una mujer en el baúl. Agarré mi
teléfono, quise llamar a emergencias, pero no tenía señal y no conectaba. El Bora aceleró, lo seguí lo más cerca
posible. Unos cuantos kilómetros después, el auto delante de mí tomó un
desvío. Nos estábamos adentrando en el
campo, y habíamos comenzado a atravesar un camino de tierra. Decidí seguirlo con mayor disimulo,
manteniendo una distancia considerable. El Bora entró en una estancia que tenía
un cartel todo borroneado. Seguí unos 3 metros, estacioné a un costado del
camino y retorné a pié, escondiéndome entre los pastizales.
Volví a encontrarme con el cartel inentendible, que indicaba la estancia vacía. El auto se encontraba ahí. Estaba vacío y la chica ya no estaba en el baúl. De pronto, en la casa se escuchó un grito femenino. Entré lo más rápido que pude, tratando de cuidarme la espalda. Ahora, el silencio dominaba la casa. Se escuchaban ruidos en el primer piso y mientras estaba subiendo las escaleras, pude escuchar la voz desesperada de la chica nuevamente.
— ¡Pará! Por favor, te suplico. No, no, no, no lo prendas, no, no, ¡NO!— Un chillido desesperado abrumó el edificio. Era el grito de una mujer torturada. — Po…por favor… Yo… no se… yo no sé nada—. Decía la mujer con voz débil en la habitación del fondo. — ¡NO! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!—
Y los gritos no cesaban. El aire era denso. Pobre mujer.
Volví a encontrarme con el cartel inentendible, que indicaba la estancia vacía. El auto se encontraba ahí. Estaba vacío y la chica ya no estaba en el baúl. De pronto, en la casa se escuchó un grito femenino. Entré lo más rápido que pude, tratando de cuidarme la espalda. Ahora, el silencio dominaba la casa. Se escuchaban ruidos en el primer piso y mientras estaba subiendo las escaleras, pude escuchar la voz desesperada de la chica nuevamente.
— ¡Pará! Por favor, te suplico. No, no, no, no lo prendas, no, no, ¡NO!— Un chillido desesperado abrumó el edificio. Era el grito de una mujer torturada. — Po…por favor… Yo… no se… yo no sé nada—. Decía la mujer con voz débil en la habitación del fondo. — ¡NO! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!—
Y los gritos no cesaban. El aire era denso. Pobre mujer.